Los refugiados dentro de las pésimas condiciones de sobrevivencia han ido haciendo del campo su nuevo hogar.
La puerta de un contenedor de metal cruje al abrirse y revela una fila de vestidos bordados y enjoyados en rojo, rosado y blanco, son de la tienda de alquiler de vestidos de boda de Atef, un negocio que sirve como un recordatorio de que el romance florece hasta en lugares inhóspitos, asi se inicia un reportaje de la BBC sobre ese campamento de refugiados.
Aunque el campamento está en precarias condiciones, Fare'e Al-Mesaeed, uno de los responsables de organización del campamento de acogida, reconoce que "las tiendas en las que se alojan las familias sirias no están preparadas para aguantar las bajas temperaturas del invierno o las fuertes lluvias que se han registrado los últimos días", se intenta mejorar, especialmente de cara al invierno, unas 3.500 casas prefabricadas que irán destinadas a familias en las que sólo esté la madre a cargo de los hijos.
Sin embargo, a pesar de las condiciones, el campo se ha convertido en una ciudad cualquiera donde algunos aprovechan para hacer negocios.
Atef tiene su contenedor situado en una calle a la que los socorristas llaman los Campos Elíseos, debido a los cientos de tiendas y comercios. Hay barberías, cigarrerías, confiterías... todo lo que se encuentra en un centro comercial de cualquier ciudad.
Atef ha estado en el campamento por más de un año. Huyó de los combates en Daraa, que está a unos 30 km del campamento, en Siria. Era una ciudad llena de empresarios gracias a una larga historia de comercio transfronterizo con Jordania.
"Empezamos como una tienda de abaya (vestido para las mujeres)", le cuenta Atef a la BBC.
"Las mujeres solían decirnos que tenían bodas pero no podían encontrar vestidos. Así que compramos dos vestidos para alquilar y funcionó bien. Tenemos dos bodas al día y hay personas que vienen de fuera del campamento para alquilar vestidos porque aquí es más barato", le cuenta Atef a la BBC. Quien a continuación añade, "No ganamos mucho pero nos va bien. Alquilamos el vestido por 10 dinares (alrededor de US$14 dólares), ya sea dentro o fuera del campamento. Pero a veces cobramos sólo 5 dinares a los que no pueden pagar más".
Una media de 1.500 sirios llegan cada día a este emplazamiento, coordinado por las instituciones jordanas en colaboración con ACNUR, la sección de Naciones Unidas que ayuda a los refugiados, aunque desde el pasado mes de abril se cerró, parcialmente, el paso entre ambos países por el peligro de contagio bélico a Jordania, dada la alta conflictividad en una zona muy próxima a la frontera jordana, según han anunciado las propias instituciones del reino hachemita. Los refugiados son familias que lo han perdido todo, en su mayoría niños y madres, que han tenido que viajar kilómetros y kilómetros para encontrarse a salvo de la guerra que azota a su país.
La tienda de vestidos de novia de Atef es un ejemplo de cómo ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, está tratando de propiciar un sentido de normalidad en el campamento fomentando el comercio y los servicios.
Si la gente puede tener un negocio y sacarle ganancias, entonces la paz y la estabilidad en el lugar mejorará. Al menos esa es la teoría.
Desde que el campamento abrió el año pasado, ha habido actividad de mercado negro, con bandas rivales que intentan controlar la venta ilícita de bienes de ayuda humanitaria y el suministro de electricidad.
Los contrabandistas esperan hasta la noche en las afueras de Zaatari, listos para llevarse las tiendas de campaña de ACNUR y suministros de alimentos, denuncia la BBC en su reportaje.
El encargado de abordar el problema del mercado negro en el campamento es Kilian Kleinschmidt, el "alcalde" del campamento nombrado por ACNUR.
Veterano de la labor humanitaria, Kleinschmidt ha dirigido campamentos de refugiados en el sur de Sudán, Somalia y Kosovo.
Los ocho kilómetros de perímetro del campamento son el frente en la batalla contra el comercio ilegal.
La afluencia de refugiados es tan grande que Zaatari se ha convertido en la cuarta "ciudad" de Jordania por población. Siendo que un 60% de la misma está compuesta por menores de 18 años.
Ahora, época de verano el campamento vive en una ritmo de actividad mucho más elevado que cuando lleguen las temperaturas extremas del invierno.
Vista aérea del campo de refugiados. |
"La vida aquí es muy difícil. No tenemos nada. Sólo tenemos a Dios", comentaba un anciano entrevistado por el periódico El Mundo.
Es perturbadora la impotencia que se genera al ver a tantas personas con tal falta de necesidades básicas y en una situación de desamparo extrema: lo han perdido todo, desde su casa, hasta gran parte de su familia. Muchos no saben dónde está su padre o su madre, o los han perdido en la guerra, mientras que otros han tenido que dejar a sus abuelos en su tierra por verse incapaces de surcar medio país para poder refugiarse en Jordania y contar los días hasta que caiga una bomba en su casa.
El alargamiento del conflicto sirio está generando un sentido de permanencia, explica Kleinschmidt y los refugiados van plantando sus raíces en el campamento.
"La triste sensación de realidad se está instalando, los residentes están aquí para quedarse", señala.
Y añade a continuación, "Se están construyendo casas con pisos de cemento y agua; se les agregan aseos, duchas y cocinas".
En todos los campamentos de Oriente Próximo hay arena pero en Zaatari hay mucha más arena, poca comida, poca electricidad y muy pocos servicios comunitarios. Lo que hay son muchos refugiados.
A pesar de los esfuerzos de diversas organizaciones, y aunque el agua llega diariamente en 500 camiones cisternas que transportan tres millones y medios de litros, la misma resulta insuficiente. Algunas de esas 150.000 personas –entre las que hay 75.000 niños- han comenzado a sufrir enfermedades que nunca habían padecido. Los esfuerzos de las agencias de la ONU que colaboran con ACNUR, como Unicef, la OMS o el Programa Mundial de Alimentos, y las diversas ONGs que trabajan en el campo, no dan abasto a atender las necesidades de un campo al que llegan cada día cerca de 2.000 personas.
Además, como en cualquier ciudad superpoblada, Zaatari tiene que convivir con problemas como la delincuencia o el crimen organizado, y a pesar de sus continuos pedidos a las autoridades jordanas para incrementar la seguridad en el campo, hasta ahora nada se ha modificado en ese aspecto.
Otro grave problema es la distribución de alimentos. Los centros de reparto están siempre llenos y se organizan colas tan enormes que se tiene que aguardar más de una hora para poder recibir las raciones diarias, que son preparadas en alguna de las cocinas que se encuentran distribuidas en esta ciudad cubierta de lonas.
A Zaatari llegan sólo el 21% de los fondos que Unicef necesita para su asistencia a los menores refugiados en Jordania. Unos niños que han sido testigos de la violencia que se vive en su país y que están sufriendo el desarraigo.
Nur (con velo), tiene 12 años y lleva seis meses en Zaatari. Posa con otra niña. | R. M. |
"Estos chicos han sufrido muchísimo. Han visto cosas que nadie tendría que ver, ni adultos ni menores, una violencia que les puede dejar marcados de por vida", advierte Najwa Mekki, portavoz de Unicef en Zaatari. "Por eso, una de las cosas que hacemos es identificar los casos de chicos que necesitan atención psicológica y asegurarnos de que la tengan", añade en una entrevista para el periódico El Mundo.
Unicef ha creado pequeños oasis para los pequeños en este lugar sin color cubierto de polvo y sin ningún abrigo. "Hemos creado espacios para que puedan dibujar, jugar con otros compañeros y tratar de ser niños de nuevo, bajo la atención de especialistas que saben cómo detectar a los chicos que necesitan ayuda", añade Mekki.
Niños corriendo en el campamento de refugiados sirios de Zaatari, en la frontera jordano-siria. | Rosa Meneses. El Mundo |
Niños y mayores sufren cada día privaciones extremas en Zaatari por no tener los fondos que les niega la comunidad internacional. Sólo para mantener la operación de asistencia para los niños sirios en este país castigado por la guerra y en los estados vecinos –como Líbano- donde se refugian con sus familias, Unicef necesita 150 millones de dólares. No ha llegado ni la cuarta parte.
El representante de Unicef en Jordania, Dominique Hyde, ha reconocido el esfuerzo de países como Grecia, Chipre o España, que a pesar de sufrir la crisis económica, siguen aportando fondos para los niños de Zaatari, así como de diversos países centro y sudamericanos.
En esta improvisada ciudad, hay consultorios médicos, atendidos por sanitarios sirios que llegaron como refugiados y también han surgido improvisadas tiendas de maderas y hojalatas en las que se venden diversos productos alimenticios o de higiene, a lo largo de una calle, que con sentido del humor, los refugiados y quienes les atienden han dado en llamar, como comentaba al inicio, "los Campos Elíseos". La procedencia de esos productos es difícil de averiguar, pero en algunos casos puede haber sido facilitada por grupos de tipo mafioso instalados en el campo y que, por cierto, utilizan, en ocasiones, a los niños, para sus operaciones, incluidas las de hostigar a los agentes jordanos que se ocupan del orden en el campo, para tenerlos ocupados mientras introducen los productos.
Afortunadamente, para aquellos que se preocupan en cubrir las necesidades de las personas que se encuentran refugiadas en el campo, la afluencia de refugiados ha disminuido considerablemente desde hace unos meses. De los más de 2.000 que llegaban diariamente, en la actualidad suelen llegar entre 200 y 300 cada dos o tres días.
El invierno llegará en los próximos meses y estas personas necesitarán de la ayuda internacional para sobrevivir, en relativas buenas condiciones, al mismo.
Así es la vida dentro de una "ciudad" de refugiados sirios, vídeo de la BBC.
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