Lo último que se imaginaba Francisco Sánchez cuando
decidió probar suerte en la capital alemana es que acabaría siendo
atendido en un hospital benéfico para personas sin techo. Fran estudió
filosofía en su Jaén natal y tras acabar la carrera, se dedicó
durante un año a prepararse unas oposiciones que los recortes han
paralizado. Como no encontraba trabajo en Jaén y tenía varios
conocidos en Berlín, hace cinco meses hizo la maleta con unos pocos
ahorros y su título de nivel intermedio de alemán bajo el brazo.
Fran, por supuesto, no esperaba encontrar un trabajo de filósofo. Su
primer empleo fue en una empresa de mudanzas. Le hicieron un contrato
de minijob, aunque siempre trabajaba más horas en negro. Le pagaban
ocho euros más la propina. Su jornada laboral duraba de 12 a 16 horas
cargando muebles. "Encima me llamaban el día anterior, a veces muy
tarde ya por la noche, y me decían: Mañana hay trabajo. Después no
sabía a qué hora volvería a casa. Así no se puede vivir". Estas
condiciones le hicieron renunciar y buscarse un nuevo empleo.
Su segunda estación, donde sigue trabajando, es un centro comercial
de lujo en una de las zonas más caras de la ciudad. Allí sirve comida
italiana en un stand donde gana la mitad de lo que hacía cargando
muebles. Desde hace un mes y medio espera el prometido contrato. Hasta
entonces, sobrevive sin seguro médico y su compañero de piso ha tenido
que adelantarle el alquiler, ya que además se retrasan en los pagos.
"Ángel me está ayudando mucho, me ha prestado hasta su cinturón,
porque se me rompió el mío y no tengo ni para eso. No quiero
dramatizar, pero es la verdad". Su conocido le ha prestado también un
abrigo, ya que en Jaén no hace tanto frío y no estaba preparado para
los aires berlineses. Fran asegura haber descubierto en su experiencia
como emigrante "una red informal de solidaridad que funciona mil
veces mejor que las redes oficiales de servicios de empleo o de ayudas
sociales".
Antes de venirse a Alemania, a Fran le
habían expedido un certificado provisional de asistencia sanitaria
para tres meses. Al cuarto mes de estar en Berlín tuvo un problema
médico inesperado. Se dirigió a la embajada española y le explicaron
que a los mayores de 26 años que no hayan cotizado, la tarjeta
sanitaria europea solo les cubre los desplazamientos temporales. Allí
mismo le dieron la dirección de un hospital benéfico que atiende a
personas sin techo de forma gratuita. En aquel centro médico dice haber
conocido a ciudadanos búlgaros y rumanos, "gente que no tiene
derechos como nosotros". Fran está convencido de que en estos cinco
meses ha conocido "todas las cloacas de Berlín".
Eternos becarios
Patricia López, arquitecta gallega de 30 años, se mudó a Berlín hace
ya más de doce meses. Le avergüenza tanto la experiencia que ha vivido
aquí que no quiere dar a conocer su identidad ni ser fotografiada,
por lo que su nombre es ficticio. Patricia vino a Berlín con su novio.
Ambos trabajaban en España como arquitectos antes de quedarse
desempleados. En febrero de 2011, la canciller alemana visitó España y
en todos los telediarios dejó oír aquello de que la economía alemana
marchaba tan bien que necesitaban especialistas, y que ella "estaría
muy contenta de que fueran españoles".
Sin saber
alemán pero controlando el inglés, Patricia y su novio hicieron las
maletas. Al poco de llegar a Berlín encontraron unas prácticas en un
estudio. El idioma no fue un problema, ya que asegura que hacían "todo
como un arquitecto normal". Ambos se encargaban de dibujar los planos
finales para la construcción de viviendas unifamiliares. Todo lo
hacían igual que un arquitecto...menos cobrar: 300 euros les daba la
empresa como remuneración por las "prácticas", para las que no tenían
ni siquiera un contrato y que realizaron durante ocho meses.
En este tiempo Patricia y su novio se han esforzado por aprender el
idioma; de hecho, ella asiste ya a clases del nivel superior. Tampoco
han parado de buscar trabajo, pero lo único que encuentran son "ofertas
de prácticas en las que no pagan más de 400 euros". Patricia da
clases particulares en su casa de español y asegura haberse gastado
sus ahorros, así como haber recibido ayuda de sus padres. "Todo con
tal de hacer currículum en Alemania".
Dos colegas
de la pareja, también aquitectos españoles, trabajan en otro estudio
berlinés desde hace varios meses totalmente gratis, incluso los fines
de semana. "Son estudios que presentan proyectos a concurso y tienen
mucho estrés, por eso les piden que hagan horas extra". Patricia tiene
ojeras y parece como tristona. Aún le queda la esperanza de encontrar
trabajo en otra ciudad alemana como Múnich o Hamburgo, pero por ahora
no ha habido suerte. "He ido para atrás", asegura recordando sus
primeras prácticas cuando acabó la carrera en Santiago, "esas
prácticas estaban mejor pagadas que lo que nos ofrecen hoy aquí".
Empezar de cero
Aurora Martín (nombre ficticio por deseo de la entrevistada),
enfermera, vino a Berlín desde Ciudad Real después de rodar durante más
de dos años por hospitales de toda Castilla La Mancha con contratos
temporales. Allí, en el mismísimo tablón de anuncios del colegio de
enfermería, encontró la oferta de empleo en Alemania. Una oferta
suculenta en la que ofrecían un compromiso inicial de contrato de doce
meses, un buen salario, un curso de alemán pagado por la empresa y la
posibilidad de firmar un contrato indefinido tras dicho periodo de
prueba.
Envió su currículum y meses después viajó
para una entrevista de trabajo hasta el pueblecito de Geldern, cerca
de Düsseldorf. Al llegar a su destino, después de pagar el viaje de su
bolsillo, se encontró unas condiciones muy diferentes a las ofrecidas
originalmente. Los contratos en alemán y en español tenían un
contenido diferente en cuestiones fundamentales como el salario y las
horas de trabajo.
En Geldern conoció a Ángela
Vázquez (nombre ficticio). También ella vino atraída por las
condiciones que ofrecía la empresa desde Veda, en Murcia. A Ángela le
debían dos meses de salario en su último trabajo y la situación se
había vuelto tan insostenible para pagar el alquiler del piso que
compartía con su novio, que decidió hacer las maletas. Su novio trabaja
en una empresa que ha anunciado un ERE y su madre lleva tres años en
paro. "Mi familia no me puede ayudar", dice apesadumbrada. También
ella tuvo que gastarse unos pequeños ahorros en el infructuoso viaje
hasta Geldern. Según el contrato que les presentaron al llegar a
Alemania, deberían estar un año en prácticas cobrando nada más que
500€. Ambas decidieron rechazar la oferta; otros candidatos la
aceptaron. "No sé de qué se supone que deberíamos haber vivido todo ese
tiempo", señala Aurora indignada.
Piso patera en Geldern |
Antes de que se marchasen, el jefe de la empresa de
trabajo temporal les ofreció buscarles otro puesto con mejores
condiciones en un hospital, para lo que necesitaría un par de meses.
Ni Aurora ni Ángela se podían permitir mantenerse dos meses en
Alemania sin trabajar. "Tengo un amigo que tiene una empresa de
productos cárnicos y podéis trabajar ahí esos dos meses hasta que os
encuentre otra cosa en un hospital", les dijo el jefe. Como no tenían
nada que perder, concertaron una cita en el matadero.
El trabajo consistía en empaquetar carne y las condiciones, trabajar
diez horas de lunes a viernes, así como dos fines de semana al mes,
por mil euros. La casa la ponía la empresa. Era un piso con dos
habitaciones y en cada cuarto había cuatro y cinco camas. Todos los
inquilinos compartían un solo lavabo. "Un piso patera de toda la
vida", asegura Ana. Ambas se volvieron asustadas a sus respectivas
ciudades.
Meses más tarde, tras seguir buscando
trabajo en España sin obtener respuesta, ambas han vuelto a Alemania.
Esta vez han encontrado un trabajo en Berlín y esperan que no sea otro
timo. "Con la crisis hay muchas empresas que estafan. Nosotras no
firmamos el contrato, pero otros compañeros sí y ahora andan de
juicios".
El hecho de que las condiciones que les
ofrezcan sean las que se ofrece en Alemania a una enfermera que acaba
de terminar su formación no las entristece. Sus turnos son de doce
días seguidos y dos de descanso. No hay más vacaciones ni pagas extra
más allá de los días de descanso. Cobran nueve euros la hora, también
cuando trabajan de noche o los domingos. El idioma es lo que más les
cuesta. Y es fundamental en su profesión: "No poder comunicarte con tu
paciente es una tortura horrible", asegura Ángela.
Los enfermeros españoles tienen muy buena imagen en Alemania, ya que
hasta hace muy poco tiempo la enfermería era considerada una formación
profesional, mientras que los españoles llegaban con una preparación
de cuatro cursos de universidad. "Este no es el trabajo que hemos
aprendido en la facultad. Nos preguntan si sabemos tomar la tensión o
medir la insulina. Eso ya lo hacíamos en primero de carrera", dice
Lorena un tanto impaciente. Añade que quiere quedarse el tiempo
necesario para ahorrar y poder hacer un máster en España. "Tal vez así
consiga un trabajo y pueda estar cerca de mi novio". Aurora,
escéptica, asegura que ella ya hizo un máster y tampoco le ha servido
para encontrar trabajo.
Fuente eldiario.es .
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