Campamento Nova Palestina. / Beatriz Borges. |
Una lona negra de dos metros de alto por uno y medio de ancho se apoya sobre unos palos de bambú, y en el espacio que se forma en su interior, Sheila refugia a sus dos hijos mientras se toca el vientre que acoge al tercero: forman una de las 8.000 familias que desde hace casi dos meses componen la favela Nova Palestina.
Sheila Parifida, de apenas 25 años, está casada con
Paulo, camarero, quien aporta los únicos quinientos reales (unos 212
dólares) que entran en la economía familiar al cabo del mes y que no
alcanzan para comprar las medicinas de Wendel, de un año y medio de
edad, que nació con un solo riñón.
"Solo el remedio
de mi hijo pequeño son 800 reales (unos 339 dólares) y con una caja
tenemos para diez días", cuenta Sheila, cuya "única preocupación" es la
salud de sus hijos, algo que, a su juicio, "no está garantizado viviendo
en estas condiciones".
El terreno, según indica el movimiento, tiene un millón de metros
cuadrados y podría ser utilizado para la construcción de las casas. Sin
embargo, por tratarse de un tramo del llamado cordón verde de la represa
Guarapiranga y encuadrarse como Zona de Protección y Desarrollo
Sostenible, solo el 10% del espacio podría ser utilizado para vivienda. "Las personas creen que por colocar una barraca aquí ya tienen la casa
garantizada", explica Estela Maris de Jesus Sampaio que, hace seis años,
participa voluntariamente de la coordinación del movimiento. Sobre la
táctica de ocupación para obtener la regularización es tajante:
"Funciona. Porque si esperamos al Minha Casa Minha Vida,
la casa no llega nunca", explica, refiriéndose al programa social
creado por el gobierno Lula en 2009, que facilita la compra venta de
vivienda con intereses subvencionados a la población de menor poder
aquisitivo.
Estela comenzó en el movimiento en 2004, durante la ocupación del
Jardim Salete, en el extremo oeste de la ciudad. Su experiencia tuvo
resultado: su casa ya está en construcción, en un emprendimiento de 17
edificios populares con 60 apartamentos cada uno, en el propio barrio.Si el MTST consigue cambiar la calificación del área de Nova Palestina a Zona Especial de Interés Social, el 30% de la región podría utilizarse para construir viviendas, lo que aún sería insuficiente para la cantidad de personas sin techo que buscan amparo en el movimiento. El lugar está a más de 25 kilómetros del centro pero, considerando las dificultades de transporte de la megalópolis, está bien comunicado. A pocos metros está la Terminal de autobús Jardim Ângela y el hospital municipal de M´Buey Mirim, lo que atrae muchas personas que viven de alquiler en varias partes de la ciudad, "incluso de Pavos, barrio que está en el extremo norte de la capital, a 50 kilómetros del campamento", cuenta Osmar Barbosa de Santos, uno de los coordinadores del MTST.
La esperanza es lo que mueve esas personas a renunciar a lo poco que tienen para vivir con nada. Al oír la expresión "casa propia" no hay quién no se emocione. Los bloques actuales están organizados por "barrios", identificados por números y letras. Cada cuál posee su grupo de trabajo encabezado por coordinadores y con encargados de la limpieza, cocina y seguridad. A pesar de la buena voluntad de muchos voluntarios, las condiciones son insalubres. Sobre la previsión de permanencia del asentamiento, Helena levanta los hombros, con poca esperanza. "Aún estamos esperando una posición del ayuntamiento, vamos a ver si la semana que viene sale alguna cosa", responde.
El MTST comienza a organizar una ocupación con, como mínimo, seis meses de antelación. "Tras escoger la zona que será ocupada, hacemos un grupo, acercándonos a las personas más pobres y habitantes de áreas de riesgo para que vengan a ocupar el terreno", explica Estela. Así fue con Nova Palestina, nacida el 29 de noviembre de 2013 con una población inicial de 2.000 personas, todas habitantes de los barrios Jardim Capilla, Parque del Lago, São Pedro, São Sebastião, Vila Calú y Jardim Aracati, zona sur de São Paulo. Después del asentamiento, comenzaron las asambleas para definir reglas de convivencia y de ocupación, que ahora cuenta con más de 7.000 habitantes de varias partes del país.
Foto: Folha de São Paulo. Leonardo Soares/Folhapress |
El espacio ocupado es un laberinto de casuchas, algunas con camas y televisión, otras sin nada. El suelo, de tierra batida. Saneamiento y agua corriente, inexistentes. Energía eléctrica obtenida a través de cables que se estiran desde los postes de la Carretera del M´Buey Mirim. A pesar de eso, solo las cocinas están autorizadas a utilizarlos, por el riesgo de incendio. El reportaje de EL PAÍS encontró varias hogueras encendidas para eliminar la basura que, en teoría, debería llevarse hasta la calle más próxima para que sea recogida.
El calor dentro de las barracas es insoportable. Según los organizadores, no está permitido construir con madera ni con ladrillo, porque dejaría de ser una ocupación para convertirse en favela - tipo de vivienda en el que vive el 6% de la población brasileña, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística de 2010-.
El nombre de la ocupación se escogió en una asamblea, como todas las decisiones del MTST. Las opciones eran variadas, desde Che Guevara, a Chico Mendes y Franja de Gaza¨, recuerda Osmar. El terreno entonces fue bautizado como Nova Palestina, en referencia a la 'tierra prometida' del pueblo árabe palestino.
A diferencia de la realidad en Oriente Medio, esta Nova Palestina consiguió crear herramientas más democráticas en función de un interés común de los ocupantes, de legalizar esta tierra en nombre de todos. Las reuniones, donde todos pueden participar, son diarias, a las siete de la tarde, en uno de los puntos más altos del terreno, una especie de plaza pública sin bancos, solo con una bandera roja del MTST y un pequeño atril. Los encuentros tienen amplia participación y es allí donde informan sobre la marcha del proceso de legalização del asentamiento, actividades y noticias del campamento. Ayer, la gran novedad era que la Globo, la red de comunicación con mayor audiencia en el país, iría hasta allá para grabar durante la noche.
Existe un esfuerzo para que el área se mantenga libre de comercios, iglesias, drogas y bebidas alcohólicas. Dentro del campamento no hay venta de bebidas, pero las barracas que se montaron en los márgenes de la carretera venden cachaza, catuaba (bebida típica del país a la que atribuyen propiedades afrodisiacas) y cerveza. Ante las más de 7.000 personas en situación de pobreza, el asedio de las iglesias evangélicas es grande. "Llegó un pastor aquí, al comienzo, que quería que la gente le diese un pedacito de tierra para su 'rebaño'. Dijimos que no, porque no sería muy diferente de un comercio, pues hay dinero de por medio", cuenta Osmar.
No todas las barracas están ocupadas, ya que muchas personas dejaron la estructura de lona solo para reivindicar el espacio y estar entre los candidatos a una casa propia. Quien se queda allí todo el día, por voluntad propia o por necesidad incluso, trabaja voluntariamente para mantener el lugar limpio, para alimentar a los centenares de niños y recibir las donaciones, que van desde leche y alimentos no perecederos a neveras y fogones.
Claudia Lourenço, del MTST, señala a una mata verde del otro lado de la carretera y exasperada justifica: "tienen un parque del tamaño de Ibirapuera (uno de los más grandes de la ciudad) ahí enfrente, nosotros solo queremos un lugar en el que vivir, el terreno lleva cuarenta años sin uso y ahora nos quieren echar".
"Es la vida del oprimido", se queja Claudia quien analiza
que "primero viene la vivienda, luego la salud que es consecuencia de
ésta y luego la educación". "Es un proceso largo", sentencia.
Hoy
-como todos los días- se sirve arroz, frijoles negros y carne seca en
la cocina comunitaria de la calle 21, de unos 12 metros cuadrados
delimitados por tablas pintadas de rosa, en la que hay un fogón y un
aparato de música. El frigorífico llegará más tarde, procedente de la
antigua cocina que se llevó la lluvia una noche de tantas en las que llueve incansablemente, durante el verano, en Brasil.
"Son
alimentos que los propios pobladores donan, cada día una familia cocina y
sirve al resto de vecinos", explica a la agencia Efe Lázaro Santos, coordinador de
la calle 21, obrero eventual.
Los pobladores de Nova Palestina insisten en
su derecho a una vivienda digna y se quejan de que los recursos de la
ciudad se destinen a otros fines.
"Para el Mundial
sí tienen dinero, para esos autobuses nuevos y modernos, pero para
nosotros nada", se escucha en los corros que se forman en cada calle, en
cada esquina, donde se juntan, critican y lamentan estos sin techo que
ya llaman hogar a esta nueva favela.
La ocupación de Nova Palestina comenzó el 29 de noviembre con cerca de 2.000 familias, cerca de sos meses después ya sobreviven, como pueden, 8.000.
Vista de Nova Palestina. Folha de São Paulo. Leonardo Soares/Folhapress |
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