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sábado, 12 de enero de 2013

Iván Fernández Anaya, ética deportiva por encima de la victoria

La noticia que les voy a comentar no ha tenido casi ninguna transcendencia en los medios de información (si la buscan en Internet casi no encontrarán entradas); sin embargo, y especialmente en estos momentos, el gesto de este caballero del deporte y la vida merece el reconocimiento y el aplauso de todos los que entendemos el significado del triunfo en el deporte o de la ética en la vida.
Los protagonistas de esta historia -que tuvo lugar el pasado día 2 de diciembre- fueron el atleta keniano Abel Mutai, medalla de oro de los 3.000 obstáculos hace unos meses en Londres, y el español Iván Fernández Anaya. 
Los hechos fueron los siguientes: cuando el primero estaba a punto de ganar la prueba atlética -cross de la localidad navarra de Burlada-, al entrar en una pista donde estaba la meta pensó que ya había llegado, aflojó totalmente el paso, y casi parándose, comenzó a saludar al público creyendo que era el vencedor de la misma. Era un error: la línea de meta real estaba unos metros por delante de donde él creyó que estaba. El atleta que le seguía era Iván Fernández Anaya, el cual, al observar que el keniano se equivocaba y se paraba una decena de metros antes de la pancarta, no quiso aprovechar la ocasión para acelerar y ganar. Se quedó a su espalda gesticulando para que le entendiera, y casi empujándolo llevó al keniano hasta la meta haciéndole pasar por delante.
Este joven atleta vitoriano de 24 años -al que algunos auguran un gran porvenir dentro del atletismo y entrenado por una leyenda del atletismo español como Martín Fiz- comentó poteriormente respecto a lo sucedido: "Él era el justo vencedor. Me sacaba una distancia que ya no podía haber superado si no se equivoca. Desde que vi que se paraba sabía que no iba a pasarle". Para continuar diciendo: "Aunque me hubieran dicho que ganando tenía plaza en la selección española para el Europeo, no me habría aprovechado. Creo que es mejor lo que he hecho que si hubiera ganado. Y esto es muy importante, porque hoy en día, tal como están las cosas en todos los ambientes, en el fútbol, en la sociedad, en la política, donde parece que todo vale, un gesto de honradez va muy bien".

Momento previo a la llegada a la meta de ambos corredores



Este gesto generoso de Iván Fernández Anaya no es simplemente un ejemplo deportivo, lo es también de actitud de vida, de ética... Un gesto -valiente, hermoso y esperanzador- que quizás marca el camino de toda una generación -la de finales de los 80 e inicio de los 90-.
Desafortunadamente, este hecho apenas ha tenido repercusión en los medios, lo cual no deja de ser una lástima, pues estaría bien que la noticia se expandiese a los cuatro puntos cardinales para que niños, adolescentes y adultos no piensen que el deporte es únicamente el diluvio de imágenes que nos ofrece la televisión: patadas violentas, simulaciones, agresiones, declaraciones de pijos engreídos, dedos en los ojos de los contrarios, insultos...
Iván Fernández Anaya no ganó la carrera, pero con su actitud ganó el premio de la deportividad, de la grandeza, de la elegancia y especialmente se ganó la admiración de todos aquellos que consideramos que la victoria no debe conseguirse a cualquier precio.

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