Placa en memoria de las víctimas, ubicada en el Polideportivo Daoiz y Velarde. |
En la estación de Atocha confluyen numerosas líneas de trenes que unen a poblaciones cercanas y grandes ciudades de toda España con Madrid y que son utilizadas a diario por miles de personas. Las detonaciones se produjeron poco después de las 07.30 (hora local), cuando miles de personas se desplazan a sus puestos de trabajo.
Tras los atentados del 11M de 2004, las Fuerzas de Seguridad y los servicios de inteligencia multiplicaron su dedicación y efectivos al terrorismo yihadista.
Aquel fatídico día, la capital y sus habitantes despertaron entre el caos, los gritos y las sirenas que podían escucharse a través de las emisoras de radio, que retransmitían en vivo desde los locales de los atentados, y el horror de las primeras imágenes que daban las páginas de Internet y las cadenas de televisión. Quienes no estaban allí compartían el dolor y la tragedia de los cientos de estudiantes y trabajadores que ese día, en hora punta, como hacían casi a diario, habían tomado uno de esos cuatro trenes de enlace entre el Corredor del Henares y la capital.
Los atentados del 11 de marzo comenzaron a gestarse a finales de febrero de 2004, cuando un grupo de terroristas consiguieron seis matrículas falsas y teléfonos móviles. Robaron también una furgoneta modelo Kangoo a un comerciante del madrileño barrio de Tetuán y unos 100 kilos de explosivos en una mina abandonada en Asturias. Una vez reunido el material, dos miembros del grupo comenzaron a enseñar al resto cómo utilizar los detonadores. Todo estaba preparado.
A las cinco de la mañana las bombas ya estaban montadas. Trece terroristas se ponen rumbo a Alcalá de Henares en tres vehículos: la furgoneta robada, un Skoda Fabia y un tercer automóvil sin identificar. A las 6.30 horas llegaron a su destino. Luis Garrudo, un portero de un inmueble cercano, vio bajarse a tres hombres de uno de los vehículos y dispersarse por los andenes, tal como habían planeado.
Pocos minutos después de las 07:30 sonaban las primeras explosiones, Madrid se llenaba de sangre, gritos y muerte. En pocos minutos las lágrimas inundaban la ciudad entre la desesperación de los que habían perdido familiares y amigos, el desconocimiento, de otros, sobre el destino de cientos padres, hijos, hermanos, esposas y esposos, amigos, compañeros de trabajo, en resumen de las centenas de personas que viajaban en los trenes a esa hora y la rabia y estupefacción de una población que asistía indignada a las primeras imágenes del horror de aquella mañana.
Madrid movilizaba sus equipos de emergencia; se improvisaban hospitales de campaña para atender a víctimas y heridos en plena calle; RENFE suspendía el tráfico en todas las líneas con origen o destino a Madrid; también se cortaban algunas líneas de Metro; se activaba la operación ‘jaula’… El centro y los accesos y salidas de la capital estaban durante horas colapsados. Los hospitales ponían en marcha el Plan de Emergencia ante catástrofes, mientras la impotencia, la tristeza y la solidaridad emanan de las colas de ciudadanos que acuden masivamente a donar su sangre. El aire se hacía irrespirable en el pabellón 6 de Ifema, adonde se iban trasladando los cuerpos sin vida de las víctimas para ser identificados por sus familiares. Imposible digerir tanta tragedia. Faltaban sólo tres días de las elecciones generales, y todos los partidos cancelaban sus agendas y daban por finalizada la campaña. Por primera vez desde el 23-F, el Rey se dirigía a la nación. Lo hacía para mostrar su solidaridad con las víctimas y pedir "unidad, firmeza y serenidad" en la lucha contra el terrorismo. Manifestaciones multitudinarias contra el terrorismo se sucedían por todos los rincones del país.
Seis de los 19 condenados por los atentados del 11M -incluido el que entonces era menor- han cumplido ya su condena. Uno de ellos, no obstante, permanece en la cárcel a la espera de su extradición. El próximo 16 de marzo serán siete, cuando salga en libertad Rafá Zouhier. Este marroquí, confidente de la Guardia Civil, fue condenado por la Audiencia Nacional a 10 años de prisión por tráfico de explosivos.
Levantamiento de cadáveres de las víctimas del atentado terrorista en la estación de ferrocarriles de Atocha. Emilia Gutiérrez. |
Aquel día, buscando culpables, todas las miradas se dirigían hacia ETA, mientras la banda lo desmentía. A pesar de todo el Gobierno del Partido Popular seguía defendiendo esa teoría cuando las primeras pistas obligaban a girar el dedo acusador hacia el terrorismo islamista, sin embargo el Gobierno seguía con su teoría conspiratoria.
La tarde del sábado 13 de marzo, durante la jornada de reflexión previa a las elecciones, eran efectuadas las primeras detenciones. Jamal Zougam, considerado como uno de los autores materiales de los atentados, y otros dos ciudadanos marroquíes saltaban a las portadas de los medios de comunicación. Son los primeros detenidos en relación con la masacre. Esa misma noche, cientos de españoles se manifestaban en las principales ciudades del país, mientras acusaban al Gobierno de manipulación y exigían transparencia.
La polémica por la autoría, de la que el gobierno del PP acusó desde el primer momento a ETA cuando todos los indicios apuntaban a Al Qaeda, contaminó inmediatamente la tragedia. La actuación policial y judicial desenredó muy pronto la complejísima madeja de implicados -con certeza, 28-, aunque, diez años después, persiste alguna incógnita. Sobre todo, la identidad de algunas huellas digitales aparecidas en los escenarios de trabajo preparatorio del comando que nunca han tenido dueño.
Entre las imágenes de aquel día están los recuerdos de una persona que sintió muy de cerca el olor a pólvora y sangre: Una docena de personas están sentadas o tumbadas sobre el caucho, tapadas con mantas térmicas. Un enfermero presiona rítmicamente el pecho de un hombre. Un minuto después, una manta lo cubre por completo.
El líder de Batasuna, Arnaldo Otegi, se desmarca de la matanza; algo inédito también con relación a una acción de ETA. El ministro del Interior, Ángel Acebes, le atribuye la autoría, y así lo intentará mantener, en acción conjunta de todo el gobierno del PP -embajadores incluidos-, hasta que tres días después se celebren las elecciones: la ceremonia de la confusión ha empezado, pero 72 horas son demasiadas como para que las pesquisas de la policía -desde el principio dirigidas al islamismo radical- no acaben trascendiendo. La policía piensa desde el inicio que aquella barbarie no puede haber sido cometida por una banda en fase casi terminal, que carece de la docena de personas que como mínimo se requerían para tal acción.
Las bombas, que contenían tornillos y clavos para hacer de metralla estaban fabricadas a base de dinamita –conseguida en una mina de Asturias (norte)– y un detonador que era activado por un teléfono celular, en concreto la alarma despertadora.
Las explosiones se sucedieron entre las 7:37 y las 7:40. La primera en la estación de Atocha, donde murieron 35 personas; no muy lejos, en la calle Téllez, perdieron la vida 63; en la estación de El Pozo, 65; y en la de Santa Eugenia, 14.
El resto, hasta completar 191, murieron en hospitales víctimas de las heridas sufridas.
Fotografía de momentos posteriores a los atentados. |
La tarjeta SIM del teléfono que había en esa bolsa fue la principal pista que llevó a la policía a un apartamento en la ciudad de Leganés, a las afueras de Madrid, donde se resguardaba la célula islamista que la sentencia de la Audiencia Nacional considera los autores.
El 3 de abril, la policía rodeó a los presuntos responsables. Éstos los recibieron con disparos primero y, en el momento del intento de asalto de los agentes, los ocupantes del piso provocaron una enorme explosión que acabó con sus vidas y con la de un subinspector.
En el apartamento, la policía encontró cintas de vídeo en las que reivindicaban los atentados.
El 14 de marzo de 2004, tres días después de ser golpeados por los atentados, los españoles fueron a las urnas y el candidato socialista fue elegido nuevo presidente, pese a que el PP estaba por delante en las encuestas hasta que ocurrió el atentado.
Toda la prensa de España, y los principales diarios internacionales, tienen hoy en sus páginas un recuerdo para todos aquellos que fueron víctimas de una guerra que se libraba a miles de kilómetros.
Zahira Obaya, tenía 21 años aquel 11 de marzo, víctima de los atentados y que perdió un ojo y parte del rostro, recuerda para el diario español El País escenas de aquel día.
"Las víctimas nos hemos convertido en un recuerdo molesto, casi en ogros, para todos aquellos gobernantes que nunca han asumido su responsabilidad en este atentado”, analiza. “Nos llevaron a una guerra y no tuvieron en cuenta que se jugaba en dos bandos y aquí nos estalló, pero aún no hemos oído ni un “perdón” o un “nos equivocamos”, por eso les estorbamos”", comenta para el mencionado diario.
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