Más de 800.000 personas fueron asesinadas en el genocidio de Ruanda, en una de las páginas más tristes de la Historia. Corinne Dufka (Reuters). |
El mayor genocidio de la historia contemporánea comenzó en la noche del 6 de abril de 1994, cuando el avión que transportaba al presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, y al de Burundi, Cyprien Ntaryamira, se estrelló en el aeropuerto de Kigali, la capital ruandesa, matando así a todas las personas a bordo, debido al alcance de al menos un misil.
Veinte años han transcurrido ya de aquellas imágenes que la televisión nos mostraba con toda su crudeza, hasta dejarlas grabadas a fuego en las pupilas de los telespectadores de todo el mundo. Veinte años han pasado desde que una noticia, ignorada al principio por casi todos los medios, saltara a las portadas con toda una carga de horror en cada foto y en cada testimonio. Veinte años hace ya desde que la mayoría aprendimos a situar en el mapa al pequeño país africano “de las mil colinas”, y escuchamos por primera vez hablar de hutus y tutsis. Sí, hace hoy veinte años que comenzó uno de los episodios más sangrientos y vergonzosos de la historia contemporánea: el genocidio de Ruanda.
Con este motivo, se recuerda estos días a las víctimas pero también el fracaso de la comunidad internacional para evitar la masacre anunciada. Ruanda, por su parte, se ha recuperado del trauma pero no disfruta aún de libertades ni de respeto a los derechos humanos.
La población convive en Ruanda pacíficamente después de 20 años del genocidio de tutsi por parte del gobierno de Ruanda, pero ¿es lo mismo convivir pacíficamente que vivir en paz?.
En sus palabras posteriores al rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco expresó hoy su cercanía al pueblo de Ruanda, y su apoyo y aliento al proceso de reconciliación en marcha, con ocasión de la conmemoración del 20 aniversario del inicio del genocidio perpetrado contra los tutsis, en 1994.
Desplazados por el Genocidio de Ruanda. Europa Press. |
El 6 de abril de 1994 ha pasado a ser una fecha macabra no sólo para la historia de Ruanda sino también para la historia de la humanidad. A raíz del asesinato de presidente del país, Habyarimana, el conflicto interno ruandés ganó en crueldad y se convirtió en un enfrentamiento a gran escala que fue alcanzando a todos los rincones del mismo.
La magnitud del Genocidio de Ruanda se puede expresar con unas pocas cifras:
- Más de 800.000 muertos.
- Más de 600.000 huérfanos.
- Más de un 25% de las mujeres sobrevivientes sufrieron violaciones y abusos.
- Más de 2.000.000 de desplazados.
En tan solo 100 días de 1994, Ruanda vivió el exterminio de entre el 20 y el 40% de su población. El país era entonces el más densamente habitado de África, con siete millones de personas.
El 70% de las víctimas mortales fueron tutsis, asesinados por extremistas hutus tras la muerte del presidente ruandés, Juvenal Habyarimana, cuando el avión en el que viajaba fue derribado el 6 de abril de 1994 poco antes de aterrizar en el aeropuerto de Kigali.
El asesinato de Habyarimana (de la etnia hutu), que murió junto al presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, que lo acompañaba, fue el detonante de la matanza colectiva iniciada por hutus radicales y aún hoy día continúa siendo un misterio.
Tras el genocidio, en el que también perecieron numerosos hutus moderados, tomó el control del país el Frente Patriótico de Ruanda (RPF), milicia que entonces lideraba el actual presidente, Paul Kagame, a quien una investigación francesa culpó en 2006 de la muerte de Habyarimana, aunque él siempre lo ha negado.
Salvador de Ruanda para unos y autoritario represor para otros, Kagame suele concitar elogios por haber estabilizado la nación y logrado cicatrizar una herida tan sangrante.
Carcomido por la culpa del genocidio de Ruanda de 1994, Occidente -con Estados Unidos a la cabeza- ha sido durante mucho tiempo complaciente con Kigali, antes de abrir los ojos a su polémico papel regional y sus violaciones de los derechos humanos.
Ruanda, con ocho millones de habitantes, se convirtió en una inmensa fosa común ante la pasividad del mundo. Gervasio Sánchez |
Un superviviente de aquellos días, Paul, natural de Rwamagana en Kibungo, explicaba en un documental sobre el Genocidio que fue obligado por la fuerza por los Interahamwe a mantener relaciones sexuales con una mujer que ellos sospechaban pudiera estar infectada de VIH/SIDA, en este caso la intención era el provocarle una muerte lenta y dolorosa. Su hijo mayor fue asesinado en su ciudad natal así como su mujer.
Paul logró escapar pero fue capturado por otra milicia que traía con ellos a una mujer. "Me pidieron que tuviera relaciones sexuales con ella. Estaba tumbada en el suelo y ellos me dijeron que les enseñara las cosas que hacía con mi mujer. Cuando me opuse, uno de aquellos hombres me golpeó con un palo y no tuve otra opción que hacer lo que ellos querían. Permanecieron de pie observando, lanzándome insultos que no repetiré aquí. Ellos poseían lanzas y palos". El mismo continúa diciendo, "Cuando hubimos terminado, ellos me dijeron que no había una muerte similar a acostarse con una mujer enferma de SIDA. Ellos sabían muy bien que el marido de esta mujer había muerto a causa del SIDA, pero yo no lo sabía, ni siquiera conocía a aquella señora".
Según organizaciones como Human Rights Watch (HRW) y Amnistía Internacional (AI), el Gobierno amordaza las libertades de expresión y asociación, obstruye a los partidos de la oposición, persigue a organizaciones independientes de la sociedad civil y amenaza a sus críticos.
El RPF ganó las elecciones parlamentarias del pasado septiembre con el 76% de los votos, en unos comicios donde los únicos partidos concurrentes apoyaban abiertamente a la formación de Kagame.
El mandatario dominó fácilmente la carrera electoral con algunos de los principales líderes de la oposición en prisión, entre ellos la hutu Victoire Ingabire, de Fuerzas Democráticas Unidas (FDU), acusada de terrorismo y de "negación del genocidio".
Los disidentes políticos son las principales víctimas de un régimen cuyos tentáculos desbordan las fronteras de Ruanda. El pasado enero, el exjefe de los servicios de inteligencia ruandeses, Patrick Karegeya, fue estrangulado en un hotel de Johannesburgo.
De hecho, el régimen de Kagame ha sido reiteradamente acusado de apoyar a grupos rebeldes armados en el este de República Democrática del Congo.
Los sucesivos informes de la ONU desde junio de 2012 han dado cuenta del apoyo militar de Ruanda a los rebeldes congoleños tutsis del M-23 en Kivu del Norte, que Kigali siempre ha negado.
Después de haber cerrado los ojos sistemáticamente, la diplomacia estadounidense y de los países europeos han apoyado esta tesis, y el secretario de Estado John Kerry incluso insinuó al Gobierno ruandés que se alejara del M-23. Desde entonces Estados Unidos ha amplificado sus críticas.
El Departamento de Estado denunció en enero y en marzo la presunta implicación del régimen de Kagame en la muerte de un disidente ruandés en el exilio en Sudáfrica y los intentos de asesinato de otros.
El gobierno de Obama ha advertido a Kigali (capital de Ruanda) sobre el respeto de una "oposición política pacífica" en un sistema "democrático".
Estados Unidos estableció sanciones -simbólicas- bloqueando cientos de miles de dólares destinados a la formación de soldados ruandeses.
Richard Downie, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) en Washington dice respecto a los años posteriores al conflicto, "Sigue quedando, en Washington, una pizca de culpa frente al genocidio. Primero con Susan Rice, asesora de seguridad nacional en la Casa Blanca y que trabajaba allí hace 20 años, bajo la presidencia de Bill Clinton".
"Londres y Washington "tienen una especie de admiración por Ruanda por haberse recuperado de este terrible trauma y, por lo tanto, son un poco reacios a criticar a Kagame", estima Downie.
En la ONU, pese a los informes acusatorios, Ruanda se sienta en el Consejo de Seguridad. "Los miembros del Consejo están siempre incómodos, sigue habiendo culpa por el genocidio y Ruanda juega con eso", ha dicho Downie.
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