Aquel domingo de fútbol Perú y Argentina, se jugaban su pase a las Olimpiadas de Japón de ese mismo año, en un Estadio Nacional repleto, con una asistencia oficial de 47.197 espectadores.
Argentina ganaba 1-0 al dos minutos del final cuando se produjo el que habría sido el gol peruano del empate.
Aunque el partido no era decisivo para los peruanos,sí que era muy importante cosechar un buen resultado frente a los argentinos. A Perú aún le quedaban dos partidos más de liguilla clasificatoria ante Chile y Brasil y dependía de si misma para lograr la ansiada plaza a las Olimpiadas de Tokio.
Argentina por su parte, ya estaban practicamente clasificada para los JJOO tras vencer sus cuatro partidos anteriores con solvencia. Con un simple empate en tierras peruanas, los gauchos ya tendrían garantizado el pasaporte olímpico.
El seleccionado de Argentina ganaba uno a cero; cuando faltaban dos minutos para el final del partido, Perú marcó el empate a uno por medio de Víctor Kilo Lobatón. Sin embargo el árbitro uruguayo, el señor Ángel Eduardo Pazos, anuló el gol, por supuesta falta del autor del mismo, que hubiera significado la igualdad en el marcador.
La decisión provocó un estallido de rabia, y varios aficionados saltaron al campo para agredir al árbitro. Los policías soltaron a los perros, que se abalanzaron sobre los seguidores locales.
Algunos de los 45.000 aficionados que habían llenado el estadio invadieron el terreno de juego, encabezados por un personaje casi de leyenda conocido como "El Negro Bomba" para atacar a Pazos.
Los agentes de la policía hicieron algunos arrestos para evitar la agresión al árbitro, pero eso no impidió que terminaran las protestas. Pazos ordenó suspender el partido por falta de garantías y si antes había enfurecido a los reunidos en el estadio, la cancelación de los últimos minutos de juego fue como la flama que encendió un reguero de pólvora por toda Lima.
Las aficiones de ambas nacionalidades, que minutos antes se comportaban como amigos y estaban compartiendo las gradas tranquilamente, empezaron a pelearse a palos y navajazos.
La policía peruana, desbordada por la batalla campal que se había formado en las tribunas, intentó sin éxito parar la pelea y solucionó la situación arrojando gases lacrimógenos, lo que provocó la estampida de cientos de personas tratando de huir del Estadio. Las puertas de la tribuna norte del estadio estaban cerradas, imposibilitando la salida de la gente. Se supo después que las puertas habían sido cerradas por la policía, en su intento de que los espectadores se calmaran y regresaran a sus asientos.
Esta tragedia se saldó oficialmente con un total de 328 muertos, entre los que se contaron muchos niños y ancianos provocados por la avalancha y las peleas.
"El aire se agota. Los pulmones se encogen. Las costillas se quiebran. La avalancha humana transformó el miedo en histeria al toparse con las puertas cerradas. Obstáculos de metal que sólo se abrían hacia dentro y que concluían las escaleras, el descenso hacia la muerte". De esta manera comenzaba su narración de los sucesos, Mauricio Gil, reportero del Diario El Comercio de Perú.
Imagen de los sucesos de aquel trágico día. |
Para añadir, "Regresando hacia nuestro lugar de concentración íbamos escuchando la radio y hablaban de 10, 20, 30 muertos. Cada vez que salían las noticias el número aumentaba: 50 muertos, 150, 200, 300, 350...".
La cifra oficial no alcanzó a los 350, pero no estuvo lejos de ese número.
Jorge Salas, que tenía entonces 24 años, estuvo en el Estadio Nacional. Él también comenta, al igual que Chumpitaz, quien estuvo cerca de abandonar el fútbol después de esos sucesos, que nunca podrá olvidar lo sucedido aquel día.
"Tratamos de salir a la calle, pero las puertas estaban cerradas. Dimos la vuelta y comenzamos a subir hacia la tribuna, pero la policía comenzó a lanzar bombas lacrimógenas. La gente trató de escapar hacia el túnel, pero ya estábamos nosotros", contó Salas.
Quién cree que pasó unas dos horas en la avalancha humana, sin tocar el suelo con sus pies.
Los registros establecen que la mayoría murió por asfixia, pero lo que separa esta tragedia de las otras ocurridas en otros estadios es lo que pasó a continuación, en las calles aledañas.
"Unos amigos de mi barrio pasaban y lograron verme. Yo era flaco, así que pudieron sacarme de la muchedumbre. Pero entonces comenzaron los disparos y todos empezaron a correr. Los disparos eran afuera, las balas venían de todas partes. Corrí y no miré hacia atrás", recuerda Salas.
El caos creció. La multitud enfurecida arremetió contra la violencia policial. Las informaciones del día hablan de dos agentes muertos, pero el juez designado para investigar la tragedia nunca registró a alguna víctima por armas de fuego.
En estado de descontrol y al enterarse de lo sucedido, los que se salvaron mataron a tres policías. A uno lo tiraron desde una tribuna a la calle, otro fue linchado y un tercero muerto a patadas.
"No menos de un centenar de vehículos fueron robados y saqueados, además había saqueo en las calles", recordaba Juan Guzmán, testigo de lo sucedido en un reportaje para un canal de televisión uruguayo. Se incendieron locales como la fábrica de Good Year.
Cuando la capital volvió a la calma, se contaron 328 muertos y unos 500 heridos. El gobierno peruano declaró estado de sitio y suspendió las garantías constitucionales, pero para entonces lo peor ya había pasado.
Argentina fue acreditada con la victoria y ganó así su clasificación para Tokio 1964
Imagen del gol anulado que dio origen a la tragedia. |
A la ceremonia han sido invitados exjugadores protagonistas de aquel duelo celebrado un 24 de mayo de 1964, como el ídolo Héctor Chumpitaz, hoy de 70 años, quien dijo a la AFP que aquella tragedia lo traumatizó sembrando una angustia que lo invadía cada vez que salía a jugar a la cancha.
Los recuerdos de Eleodoro Díaz, de 79 años y uno de los hinchas sobrevivientes de la tragedia, son sobrecogedores: "Hubo una locura general, nadie entendía a nadie, todo el mundo buscaba cómo salir, no encontrábamos una salida. Las mujeres y niños lloraban buscando refugio", narró a la AFP.
"Ordené lanzar bombas lacrimógenas a las tribunas. No puedo precisar cuántas. Nunca imaginé las nefastas consecuencias", confesó Jorge de Azambuja, comandante de la entonces Guardia Civil, quien en 1971 fue declarado culpable de la catástrofe y que fue sentenciado a 30 meses de cárcel, según recoge la página web de la Agencia Peruana de Noticias Andina.
Captura del blog Curiosidades del fútbol. |
"Me apuré en ir al hospital. Cuando estaba entrando vi salir a una camioneta fúnebre, pero no le hice caso. Llegué hasta el depósito donde había alguien que conocía", explicó Castañeda a la BBC.
"Le pregunté si había dos cuerpos con heridas de balas. 'Sí', fue su respuesta, 'pero se los acaban de llevar'. No tengo dudas de que en esa camioneta iba un agente de la policía o un funcionario del Ministerio del Interior", añadió el mismo.
Castañeda fue el encargado de liderar la investigación para esclarecer los hechos que ocurrieron esa tarde y años después concluyó en su informe judicial que en la investigación oficial del gobierno no se refleja el número real de muertos, "basado en las sospechas bien fundadas de la desaparición secreta de aquellos que murieron por balas". La tragedia fue aprovechada incluso para arremeter contra la oposición izquierdista peruana,a la que se tachó de instigadora de la tragedia, según publicaba, en agosto de 2012, el blog Curiosidades del fútbol.
El periodista Jorge Salazar en su libro 'La ópera de los fantasmas' afirma que hubo mucho más muertos que la cifra oficial, y no por asfixia, sino por disparos. Los cadáveres habrían sido ocultados en una fosa común en el Callao, indica el libro.
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