La crisis alimentaria en Sudán del Sur es cada vez más grave, aseguró Marcos Goldring, jefe de la fundación británica Oxfam para la lucha contra la pobreza. Los combates del conflicto civil en el país impidieron la plantación de cultivos antes del inicio de la temporada de lluvias.
Goldring, quien se encuentra en Malakal, en el norte del país, le dijo a la BBC que las tormentas e inundaciones devastaron el campo de refugiados en la ciudad.
Su advertencia se produce después de que los dos bandos en la guerra civil de Sudán del Sur reafirmaran su compromiso a un alto el fuego, en una cumbre regional realizada el lunes en Addis Abeba. El presidente Salva Kiir y su rival Riek Machar se propusieron un plazo de 45 días para formar un gobierno de transición de unidad nacional.
Al menos 10.000 personas han muerto en Sudán del Sur desde que comenzó una nueva ola de combates en diciembre.
La situación en el propio Sudán del Sur se ha visto deteriorada a finales de 2013 tras la violencia desatada entre facciones rivales en el seno del Movimiento para la Liberación del Pueblo de Sudán y el Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán. Estos últimos enfrentamientos han desplazado a más de 180.000 sursudaneses dentro del país y unos 10.000 han cruzado la frontera hacia países vecinos como Uganda o RDC, mientras 57.000 civiles han buscado refugio en 10 complejos de Naciones Unidas en todo el país. Por otro lado, la situación de inseguridad está dificultando los trabajos de las agencias humanitarias en el país.
Hasta ahora 1,3 millones de personas han tenido que abandonar sus casas/Álvaro Barrantes. |
Al menos 50.000 niños menores de 5 años están en riesgo de morir de hambre en los próximos meses, advirtió la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Samantha Powers.
Los combates en la nación que consiguió la independencia de Sudán en 2011 se han producido en medio de las profundas diferencias de las líneas étnicas, con la comunidad dinka de Kiir luchando contra la nuer de Machar.
Más de un millón de personas han sido desplazadas por la violencia y más de 400.000 han huido del país.
Xavier Aldekoa, corresponsal en África de La Vanguardia, nos acercá en dos intensos artículos a la realidad del más nuevo país del mundo.
A la pequeña Nyachan Samuel la vida le salió cruz desde muy pronto. Si lloró para protestar, los tiros debieron ahogar aquel llanto: su madre la parió dos semanas después de que el 15 de diciembre Sudán del Sur cayera en el abismo de la guerra civil.
Nyachan tuvo que hacer sitio a su hermana gemela que, a falta de pan, trajo bajo el brazo la decisión más difícil que el hambre puede obligar a tomar a una madre. Tras huir de las matanzas en Malakal, en el norte del país, escondida a la orilla del Nilo sin apenas comida, la mujer vio pronto que Nyachan, enferma y débil, tenía menos posibilidades de sobrevivir. Así que tomó una medida desesperada: alimentó a la hija con más opciones de vivir.
Por eso, cuando en julio la madre llega a la clínica de Médicos Sin Fronteras a las afueras de la ciudad, las niñas no parecen hermanas. A sus ocho meses, Nyachan pesa tres kilos cuatrocientos -como un recién nacido en España- y su hermana el doble. Nyachan tiene la piel pegada a los huesos y mantiene los ojos abiertos y la mirada vacía. Le han regalado un patito de peluche amarillo que no tiene fuerzas para apretar.
Sudán del Sur se asoma a la peor hambruna en África de los últimos treinta años. A diferencia de la crisis que en el 2011 mató a un cuarto de millón de somalíes, aquí el hambre no ha sido provocado por una sequía o un desastre natural. El país más joven del mundo, que se independizó del norte hace tres años, se muere de hambre por miedo.
Las matanzas de hasta 10.000 civiles han obligado a huir de sus casas a 1,3 millones de personas y a refugiarse en países vecinos a 450.000 más. Familias enteras se alimentan con hojas y raíces desde hace meses. Como por la guerra casi nadie puede cultivar, la sentencia de muerte ha iniciado la cuenta atrás: cuando se acabe la ayuda humanitaria, morirán.
Hasta ahora, se han recibido sólo un 40% de los fondos necesarios para alimentar a cuatro millones de sursudaneses en riesgo de morir de hambre. La ONU se resiste a declarar aún la hambruna; un término que responde a porcentajes de malnutrición concretos, pero para cuando las estadísticas cuadren y el mundo se movilice, será tarde. Ya pasó en Somalia: la mitad de los muertes se produjeron antes de que se etiquetara la emergencia como hambruna.
Malakal es una de las ventanas a la tragedia. Hace ocho meses era una de las ciudades más grandes del país, con 140.000 habitantes. Hoy es una ciudad fantasma, llena de edificios saqueados, paredes agujereadas y vehículos calcinados. "Cuando llegaron los rebeldes nos dijeron que permaneciéramos en casa, que no nos pasaría nada; luego vinieron a matarnos", explica Nyole Sabino, que fue profesor y ahora es un lisiado. La misma ráfaga de AK47 que mató a cinco colegas, a él le astilló la tibia. Le tuvieron que amputar la pierna derecha por debajo de la rodilla. Nyole no está muerto porque, cuando le iban a dar el tiro de gracia, uno de los atacantes, exalumno, le reconoció y le dejó vivir.
"Cuando la barbarie empezó entraron en el hospital y dispararon a enfermos que no eran nuer", explica. Unas 15.000 personas se apelotonaron asustadas a las puertas de la base de la ONU. Quien tomó la decisión de abrir la puerta les salvó la vida y creó un monstruo: miles de personas se apiñan desde hace medio año entre el barro y la basura. Si llueve -y en Sudán del Sur diluvia con ganas- las callejuelas se llenan de lodo y el agua putrefacta inunda los refugios.
Nyole se arrastra dentro de su refugio y muestra sus títulos y libros. Eso y las muletas es lo único que tiene. Mientras habla, oímos los gritos de una anciana enferma en la tienda de al lado, que morirá dos días después. Nyole enseña un libro con las fotos de Martin Luther King y Nelson Mandela.
-"¿Crees que puede haber paz?", le pregunta el enviado del periódico La Vanguardia.
-"Yo ahora lo que quiero es matarlos a todos", respondió Nyole.
En el campo de desplazados se han instalado también varias oenegés -la mayoría no sale del recinto vallado por seguridad- y transitan cascos azules bangladesíes e indios. Como Malakal ha cambiado de manos varias veces, no hay uniformidad étnica entre los desplazados. Todos son víctimas y verdugos. Primero militares dinkas asesinaron a los nuer, después milicias nuer a los demás. Ambos pueblos, mayoritarios en un Sudán del Sur con sesenta etnias distintas, se distinguen por el acento y las escarificaciones en el rostro. Las cuatro líneas horizontales en la frente de Nyole le convierten en dinka. "Un profesor nuer se fue con los rebeldes porque, si se quedaba, los dinkas irían a por él".
Es una guerra donde las cicatrices y el acento deciden en qué lado matas o mueres, pero a orillas del Nilo se lucha por poder y recursos. Después de Nigeria y Angola, es el tercer país subsahariano con más reservas de petróleo. La deriva autoritaria de Salva Kiir, presidente y dinka, acabó con la expulsión del gobierno de Riek Machar, líder nuer, a quien acusó de urdir un golpe de estado. La caja de Pandora se abrió y ambos bandos alientan desconfianzas históricas. Que después de cuarenta años de guerra con el norte cada pastor de vacas tenga un kaláshnikov tampoco ayuda a la paz.
Tanta guerra ha hecho que los sursudaneses hayan aprendido a mirar a las nubes para saber cuándo correr. "Ahora los caminos están cortados -dice Nyole-, pero cuando deje de llover volverá la guerra". La lluvia acaba en septiembre. El desastre será inevitable.
Uno de los jóvenes armados que se han convertido en guardianes de las islas donde se esconden miles de personas/Xavier Aldekoa |
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